SIR ARTHUR CONAN DOYLE
Y SU HIJO MALDITO:
"Subcutaneously,
my dear Watson..."
Conan Doyle no sólo creó al célebre e ínclito detective Sherlock Holmes, sino que fue un aventurero nato y su creciente interés por el ocultismo es también conocido.
Así, su afición por la deducción no estaba reñida con la de la intuición
y la de los mundos más allá.
Así, su afición por la deducción no estaba reñida con la de la intuición
y la de los mundos más allá.
Empieza a escribir y deja la consulta, dedicándose por entero a la literatura al obtener un inusitado éxito con sus novelas policíacas del sagaz detective Sherlock Holmes, basadas en un cirujano profesor suyo llamado Joseph Bell, al que admiraba por su capacidad de objetividad y su ingenio. Sherlock Holmes se convierte en el detective nº 1. La revista “Strand” contrata a Doyle para escribir más historias sobre el recién nacido personaje.
Centrémonos en él. Holmes es lógico, minucioso, atrevido, analítico, misógino, complejo, maniático, violinista…y aficionado a la cocaína y a la morfina.
En la época de Doyle, finales del S.XIX, la cocaína era legal y los comerciantes la vendía a golpe de “No pierda tiempo, sea feliz, si se siente pesimista o abatido, solicite cocaína”. Así no es extraño que una de las características del Sr. Holmes fuera inyectarse una solución de cocaína al 7%…
Siguiendo con la vida del escritor, este acabó por cansarse irremediablemente de
su hijo literario, y lo mató en una cascada ante el estupor y desaprobación de sus afamados lectores, teniendo que volver a escribir sobre él.
El título de Sir se le concedió en 1902 por escribir sobre la guerra de los bóers-también salieron de su puño numerosas novelas históricas-.
Muere en 1930 en Crowborough, Sussex, afirmando poco antes que la gran aventura, la aventura de verdad, le esperaba entonces.
Si Sir Arthur Conan Doyle tomó o no las substancias que su hijo literario, o si por el contrario sus estudios de medicina le permitieron unas descripciones tan reales con las que deleitarnos, nos lo tendremos, desafortunadamente, que imaginar nosotros.